Lo bueno de verdad by Virginie Despentes

Lo bueno de verdad by Virginie Despentes

autor:Virginie Despentes [Despentes, Virginie]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


OTOÑO

Pauline sale del metro. Luz blanca, abandona las cosas grises y frías. Venden flores allí mismo, tenderete atiborrado de colores, fuera de contexto. La adelanta un patinador, estilo grunge blandengue, bien limpito él. Pasa una señorita increíble, con poses de pantera, botas altas piernas finas chaqueta de cuero blanco parece de otra época. Pasando a su altura, la chica le sonríe.

Le duele la cabeza, demasiados cuelgues acumulados, sólo se te pasa con el primer trago de vino.

Esperar para cruzar, el frío le sube por los brazos.

Ahora ya está acostumbrada a esas miradas que la escrutan cuando pasa. La tienen sin cuidado, incluso le sorprendería pasar desapercibida mañana.

Sesión fotográfica. Un estudio de estar por casa en los recónditos de un patio cutre.

El fotógrafo está resfriado, tiene mal día. Cuando ella ha llegado, la ha examinado con cara de entendido. En diez segundos, tenía decidido cómo había que «tratarla», ha dado instrucciones a la maquilladora y a la modista. Sin siquiera mirar a Pauline: «¿Qué te parece?». Se ocupa de todo. Ha encontrado una casilla donde meterla. Sólo falta borrar todo lo que no encaja.

Ella se queda mucho tiempo, sentada en una silla de cualquier manera, mientras una joven le pinta una cara nueva con sus potingues. Ésa tampoco le hace caso y chismorrea con su colega.

Así Pauline se entera de que les pagan una miseria, sí que empezamos bien, que el tipo se enchufa coca, cuando no la tiene es un infierno, y que fulano presentó el otro día una colección de lo más hortera.

Luego, le toca un repaso con la modista, le dice que no quiere llevar esos zapatos porque son horrendos y demasiado pequeños. La otra levanta la mirada al cielo.

Finalmente, se encuentra de pie frente a él. Él empieza por mostrarse desagradable:

—Tenía entendido que dominabas el tema del objetivo… Por lo visto Marilyn, a tu lado, parecía un petardo. Entonces, haz un esfuerzo, ¡joder!

Se siente tan incapaz de quedarse más tiempo en esa luz absurda que decide mandarle a la mierda.

Pero están zumbados.

Una visita para el fotógrafo. Desaparece diez minutos. Y vuelve todo pimpante, se frota las manos, pone música. Le dice: «Baila un poco, que te vea», y eso sí que sabe hacerlo.

El tipo se va calentando, da vueltas a su alrededor:

—Dame tu mirada, ahora, dámela.

Él ordena y ella ejecuta, la anima sin parar: «Así, muy bien, sigue».

Se acabó, le alarga mecánicamente la mano. Por fin en la calle. Se le revuelven las tripas. Humillación, deseos de tirarse a la basura. Cómo ha podido llegar a hacer exactamente lo que él quería que hiciera. Por qué no se habrá ido. Lo estaba sintiendo, mientras que daba parte de su intimidad, incluso la excitó de un modo asquerosamente conmovedor entrar en ese juego.

Le salieron unos gestos que nunca había hecho. Unas posturas de mujer lasciva que se rebajó a imitar. Le bastó oírle murmurar: «Dale, sí, muy bien», y sentirle revolotear cerca para exhibirse como una guarra. Como si fuera su otro yo.

La hostilidad masiva que solía provocarle ver a una chica que «no se respetaba a sí misma».



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